

espués de un largo silencio, retorno con frondosa alegría, cual seductor de la noche, contemplo el silencio de souvenires, pues he cruzado un largo abismo solo para buscar una infame historia en el tiempo. Fue una necedad a la cordura desear estar allí en aquella época donde la seducción de los días solo fueron gritos suplicantes, ese aroma a carne quemada sobre brasas candentes.
Noche de la revelación jueves 27 de agosto de 2010 02: 25 a.m
Camino entre la multitud, atiborrando de nauseas mis sentidos, mientras el frio decadente de la noche se sobrecoge ante la pugna de la brutal demencia; suenan distantes quebrantos de piedra bajo herraduras de acero, huele a lástima que antecede la muerte y los galopes de un jinete igualan el ritmo de un corazón en agonía sobre la pausada víctima.
Arde la hoguera como la mente de un criminal y brillan reflejos de fuego en los ojos de la muchedumbre, dejan ver miradas sedientas de condena casi que atemorizantes sobre las primeras sombras de la noche, amenazantes por todos los rincones en esta congregación, en contraste con la manifestación entre dientes de un anciano, que acoge desde ya su alma en el más allá, he descubierto que se trata de un Dios olvidado entre tanta podredumbre.
Parece como si la noche se hubiese estancado aquí, sobre el 27 de agosto del año 1800, momentáneamente escucho gritos, desprecio, locura colectiva, aseguro que nadie duerme en este pueblo, de golpe se apodera de mi ser la zozobra involuntaria tan solo un minuto, entonces camino y busco a mi alrededor algo reconfortante e irónicamente observo el espectro fantasmagórico de la luna que se desliza sobre el patíbulo donde reposa la débil carne de su víctima, sus negros cabellos reflejaban la agonía avanzada mientras las llamas oscilantes vacilan sobre su cuerpo casi desnudo en un intento por borrar su vida y su belleza; las primeras ampollas sobre su carne son visibles en una pausa odiosa y prolongada.
Me pregunto cuál es la causa de su condena, pero prefiero no adivinar ni influir en el futuro con mis actos, antes de que yo llegase la sentencia le fue dictada, con pocos síntomas de tortura, el fuego se encendió y lentamente colmó de sufrir su espíritu; sin embargo mientras relato esta pesadilla las bestias en los bosques aledaños irrumpen la calma en represalia, por un cuerpo que exhala el último aliento sobre lo nefasto de su muerte.
Presiento que pronto llegaran los portadores del caos, los ahora dueños de este lugar, sumergidos en el olvido donde nadie sabe de ellos, saldrán a cobrar la sangre por la sangre, me despido del Dios Akimet pues pasaran siglos hasta la reunión total de sus partes.